“¿Maestra, es cierto que Einstein tenía un IQ de 200?” —le preguntó un alumno de sexto de primaria a una colega después de ver un video en YouTube. A su lado, una compañera sacó su celular –aún no está regulado su uso en la entidad– para decirme que Shakira también era superdotada. Más allá de la veracidad de esos datos, lo que me sorprendió fue su pregunta implícita: ¿cuánto valgo según mi inteligencia?

 

Las pruebas de IQ (o de Coeficiente Intelectual) han sido durante décadas una herramienta poderosa, pero también polémica. Como docentes, vale la pena entender su historia, su utilidad y sus límites, para no caer en falsedades ni etiquetas espurias.

 

¿Pero qué significan exactamente las siglas IQ? Del inglés “Intelligence Quotient" que se traduce al español simplemente como "Cociente Intelectual". El IQ se define como la medida estandarizada que busca medir el nivel de habilidades cognitivas de una persona (como el razonamiento lógico, la comprensión verbal, la memoria o la resolución de problemas), en comparación con el promedio de la población de su misma edad. Aunque se usa en inglés, el término proviene del alemán Intelligenzquotient, acuñado a principios del siglo XX, y se popularizó con la fórmula original: IQ = (Edad mental / Edad cronológica) × 100.

 

 

Un poco de historia: de París a las aulas del mundo

 

Todo parece indicar que la historia del IQ comienza en Francia a inicios del siglo XX, cuando el gobierno solicitó al psicólogo Alfred Binet una herramienta para identificar a niños que necesitaran apoyo especial para aprender en la escuela. Junto con Théodore Simon, su colaborador, Binet diseñó una prueba que evaluaba habilidades como la memoria, la atención y la comprensión verbal, más que conocimientos académicos. Su objetivo no era etiquetar, sino ayudar a intervenir pedagógicamente. De hecho, Binet advertía que su prueba no debía considerarse una medida absoluta de la inteligencia, sino una aproximación útil para tomar decisiones educativas.

 

Sin embargo, cuando esta prueba llegó a Estados  Unidos, su enfoque cambió. El psicólogo Lewis Terman, de la Universidad de Stanford, adaptó y estandarizó el test, dando origen a la escala Stanford-Binet en 1916. Terman introdujo el concepto de “cociente intelectual” (IQ), basado en la fórmula: edad mental dividida entre edad cronológica, multiplicada por 100. Esta fórmula se volvió popular por su aparente objetividad y simplicidad, y comenzó a usarse no solo en las escuelas, sino también en el ejército, empresas e incluso tribunales. A diferencia de Binet, Terman creía que el IQ era un reflejo estable de la inteligencia heredada.

 

Con el tiempo, surgieron nuevas pruebas más sofisticadas. En 1939, el psicólogo David Wechsler desarrolló una batería de “preguntas” que buscaba evaluar múltiples dimensiones cognitivas, como la memoria, la lógica, la velocidad de procesamiento y el vocabulario. Sus pruebas (WAIS para adultos y WISC para niños) son aún hoy las más utilizadas en contextos clínicos y escolares. A lo largo del siglo XX, el examen IQ se convirtió en una especie de medidor de “valor intelectual” en la cultura popular, apareciendo en expedientes escolares, pruebas de admisión y hasta en concursos de televisión. Sin embargo, esta expansión vino acompañada de una creciente crítica sobre sus usos, abusos y limitaciones.

 

 

¿Qué mide realmente el IQ?

 

Las pruebas modernas, como la WAIS (la prueba para adultos) o la WISC (la prueba para niños y adolescentes de entre 6 y 16 años), evalúan áreas como:

 

  • Razonamiento lógico-matemático
  • Comprensión verbal
  • Memoria de trabajo
  • Velocidad de procesamiento
  • Habilidades visoespaciales

 

La media se fija en 100 puntos, con una desviación estándar de 15. Es decir:

 

  • Promedio: 85 a 115 (la mayoría de la población)
  • Superior: 115 a 129
  • Muy superior: 130 o más
  • Inferior: menos de 85

 

En teoría, un IQ alto predice mejor rendimiento académico. Pero en la práctica, no lo dice todo.

 

Fuente: Gráfica generada en conversación con la IA de la distribución normal del IQ con base en información estandarizada.

 

 

Pero hay objeciones

 

A lo largo del tiempo, las pruebas de IQ han sido objeto de críticas importantes por su carácter limitado y, en algunos casos, discriminatorio. Una de las principales objeciones es que reducen la inteligencia a un número fijo, dejando fuera dimensiones fundamentales como la creatividad, la empatía, la intuición o la inteligencia emocional. Además, diversos estudios han señalado que muchas pruebas presentan sesgos culturales, lingüísticos y socioeconómicos, lo que puede poner en desventaja a personas de ciertos contextos. También se cuestiona el uso de estos resultados como etiquetas que condicionan la autoestima o las oportunidades educativas, especialmente cuando no se acompañan de un enfoque integral del desarrollo humano. Casos como el del físico Richard Feynman, con un IQ “modesto” de 125, o el del actor James Woods, con 180, muestran que este número no lo explica todo. Por eso, aunque el IQ puede ofrecer información valiosa, no debe usarse de forma aislada ni como medida definitiva del potencial de una persona.

 

 

Vigencia y efectividad

 

A pesar de las críticas, las pruebas de IQ siguen usándose porque ofrecen una herramienta útil para identificar patrones de funcionamiento cognitivo, especialmente en contextos educativos y clínicos. Permiten detectar tanto altas capacidades como dificultades específicas de aprendizaje, lo que ayuda a diseñar intervenciones más adecuadas para cada estudiante. Por ejemplo, un alumno con bajo rendimiento escolar pero con un IQ alto podría estar desmotivado o tener problemas emocionales, mientras que otro con un IQ bajo podría necesitar apoyos diferenciados. Además, su valor predictivo sigue siendo relevante: un IQ alto suele correlacionarse con un mayor desempeño académico y profesional, aunque no lo garantiza. Por eso, psicólogos y especialistas en las escuelas lo siguen considerando un insumo valioso dentro de una evaluación más amplia y contextualizada.

 

Una prueba de IQ bien aplicada puede ayudar a saber si un estudiante necesita adaptaciones curriculares o si su bajo rendimiento escolar no es por falta de esfuerzo, sino por dificultades específicas de procesamiento.

 

 

¿Qué podemos hacer como docentes?

 

Como maestras o maestros no necesitamos aplicar pruebas de IQ para tener un impacto positivo en nuestros estudiantes, pero sí es importante comprender qué significa y qué no significa ese número. Podemos usar ese conocimiento para construir aulas más inclusivas, evitar etiquetas innecesarias y fomentar un desarrollo integral. Aquí algunas acciones concretas:

  • Informarnos sin prejuicios. Conocer qué es el IQ, cómo se mide, qué áreas abarca y cuáles deja fuera, nos ayuda a interpretar mejor las diferencias individuales en el aula.
  • Evitar etiquetas. Es fundamental no definir a un estudiante por un número. Un bajo o alto IQ no resume su capacidad de aprender, crear, relacionarse o superarse.
  • Valorar múltiples formas de inteligencia. No todos destacan en lo lógico-matemático o en lo verbal. Hay estudiantes con talentos artísticos, motrices, emocionales o sociales igual de valiosos.
  • Observar con atención. A veces, un rendimiento bajo esconde problemas de comprensión, de lenguaje o de autoestima. En  contrario, un alto rendimiento puede indicar una necesidad de mayor reto intelectual.
  • Buscar apoyo especializado. Si notamos señales de que un alumno podría requerir una evaluación más profunda, podemos canalizarlo con el área de orientación o con psicólogos educativos.

 

Más que medir a nuestros estudiantes, lo que necesitamos es acompañarlos con atención y comprensión, recordando que la inteligencia es diversa, dinámica y que se desarrolla –sobre todo– cuando alguien cree en nosotros.

 

 

Más allá del número

 

Por lo dicho,  sabemos que las pruebas de IQ han sido útiles en muchos contextos, pero también han sido malinterpretadas. El mayor error ha sido pensar que un número resume lo que una persona es o puede llegar a ser. En realidad, la inteligencia es mucho más que una puntuación: es curiosidad, es adaptabilidad, es saber resolver problemas en la vida real, es aprender de los errores, es encontrar nuevas formas de expresarse y convivir. Como docentes, debemos resistir la tentación de ver el IQ como una etiqueta, y más bien usarlo —si es necesario— como una herramienta dentro de un enfoque más amplio y humano.

 

Nuestro trabajo no es clasificar cerebros, sino abrir caminos para que cada estudiante descubra lo que puede hacer con el suyo. Un test puede dar información útil, pero no predice la pasión, la resiliencia ni la capacidad de superarse. Por eso, más importante que saber si alguien tiene un IQ de 95 o de 135, es preguntarnos si en nuestra aula se siente capaz, respetado y retado a crecer. Porque al final, lo que cambia la vida de un niño no es su resultado en una prueba, sino el adulto que cree en él.

 

Cabe destacar que Einstein no se hizo ninguna prueba de IQ ya que ésta apenas estaba en conformación, como hemos visto. No obstante, se estima que el formulador de las Teorías de la relatividad, la específica y la general, tenía un IQ de 160, debido a estimaciones por su capacidad excepcional para el pensamiento abstracto y la formulación de conceptos complejos; por sus logros académicos e intelectuales fuera de lo común (aunque curiosamente fue un estudiante irregular en su juventud; y por su comparación con otros genios científicos que sí se han evaluado y registran IQ altos.

 

El caso de Shakira es especialmente ilustrativo: la cantante ha declarado en entrevistas que su IQ es de 140, es decir, muy por encima del promedio de 100, y se asegura en medios que es parte de Mensa, que es una asociación  internacional de superdotados que, como su finalidad indica, sólo acepta a personas con probada superioridad intelectual. El latín Mensa refiere a la Mesa del Rey Arturo, donde los invitados celebraban en igualdad de condiciones. Por tanto, la cantante de “Waka Waka” seguramente es muy inteligente, sin duda a la altura de Einstein o de Steve Jobs, pero el dato de su test de IQ está por confirmarse.     

 

 

Referencias

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