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Puede arruinar reputaciones, sembrar discordia e incluso es considerado un pecado. El chisme carga con una de las peores famas en el repertorio del comportamiento humano. Y aunque es cierto que puede usarse para difamar y ejercer un férreo control social, como señala la antropóloga María Angélica Galicia, su persistencia universal sugiere una función mucho más profunda. A pesar de su mala reputación, antropólogos e historiadores lo consideran un comportamiento fundamental con profundas raíces en nuestra evolución.
Lejos de ser un simple vicio, el chisme es una de las herramientas más poderosas que desarrollamos como especie. Fue clave para crear vínculos, expandir nuestras comunidades e incluso para forjar la conciencia de nosotros mismos. A continuación, exploraremos cuatro de las revelaciones más impactantes y contraintuitivas sobre por qué el chisme es una parte esencial de lo que nos hace humanos.
El chisme: cuatro revelaciones que cambiarán tu perspectiva
1. No es solo un vicio: es el pegamento social que nos une.
Una de las teorías más influyentes, propuesta por el antropólogo Robin Dunbar, compara el chisme con el "acicalado social" (allogrooming) de los primates. Así como los monos y simios se desparasitan unos a otros no solo por higiene, sino para crear lazos, diluir tensiones y establecer jerarquías, los humanos usamos las conversaciones ligeras para el mismo propósito. Al carecer del denso pelaje de nuestros primos evolutivos, reemplazamos el aseo físico por el "acicalado vocal".
Aunque este mismo mecanismo puede ser instrumentalizado para delinear lo que es moralmente aceptable en un grupo, a menudo con consecuencias negativas, su función primordial en nuestra evolución fue la cohesión. Esta idea fue respaldada por un estudio de 2021 de la Universidad de Dartmouth, que reveló que las personas que chismorrean juntas no solo se influyen mutuamente, sino que también se unen más en el proceso. Al compartir información, crean una "realidad compartida" que satisface nuestra necesidad inherente de conexión.
Desde esta perspectiva, el cotilleo deja de ser una charla ociosa para convertirse en una herramienta vital para la cooperación y el intercambio de información clave sobre en quién confiar y en quién no.
"El chisme está presente en todos nosotros y en cada cultura cuando se dan las circunstancias adecuadas".
— Nicole Hagen Hess, profesora de Antropología de la Universidad Washington State
Pero esta sofisticada forma de "acicalado vocal" requería una herramienta de una complejidad sin precedentes. Esto nos lleva a la idea más radical de Dunbar: el lenguaje mismo pudo haber evolucionado para poder chismear.
2. El lenguaje mismo pudo haber evolucionado para poder chismear.
Esta es quizás la propuesta más provocadora del antropólogo Robin Dunbar: el lenguaje no evolucionó principalmente para discutir hechos objetivos sobre el mundo —como la ubicación de un depredador o una fuente de alimento—, sino para permitirnos chismear.
El historiador Yuval Noah Harari complementa esta visión explicando que el lenguaje nos dio la capacidad de "terciar", es decir, de hablar sobre miembros del grupo que no estaban presentes. Esta habilidad fue un punto de inflexión. Antes, para saber si podías confiar en alguien, tenías que observarlo directamente, lo que limitaba el tamaño de las comunidades a no más de 150 individuos. El chisme rompió esa barrera. Permitió compartir información sobre la reputación y el comportamiento de otros, haciendo posible la cooperación en grupos mucho más grandes.
La implicación es asombrosa: el chisme no sería un mero pasatiempo lingüístico, sino la fuerza motriz de la propia palabra hablada, la habilidad que permitió a nuestras sociedades primitivas expandirse más allá de los límites de la observación directa.
3. Inventamos las naciones y el dinero porque el chisme se quedó corto.
Si el chisme fue tan eficaz, ¿por qué necesitamos estructuras más complejas? Según Yuval Noah Harari, llegó un momento en que los grupos humanos se volvieron demasiado grandes —ciudades, reinos, imperios— y el chisme resultó insuficiente para mantener el orden. Simplemente, es imposible conocer y chismear sobre miles o millones de personas.
Para resolver este problema, los humanos utilizaron el lenguaje para crear algo nuevo: "redes ilusorias" o ficciones compartidas. Se trata de conceptos abstractos en los que todos creen y que permiten la cooperación a una escala masiva. Instituciones como las naciones, los bancos, las iglesias y los gobiernos no existen en el mundo físico; solo existen en nuestra imaginación colectiva. Estas instituciones no son una forma de chisme, sino la solución a su insuficiencia, un reemplazo para cuando la regulación personal ya no daba abasto.
Lo impactante de esta idea es que nuestras estructuras sociales más complejas y abstractas existen porque superamos los límites naturales del chisme como herramienta de regulación para multitudes.
Si las ficciones colectivas resolvieron el problema de la cohesión a gran escala, el chisme siguió operando a un nivel más íntimo y personal, con una consecuencia inesperada: nos ayudó a desarrollar la conciencia de nosotros mismos.
4. Nos ayudó a desarrollar la conciencia de nosotros mismos.
El hecho de ser objeto de chismes también tuvo una consecuencia interna profunda. El escritor Andrés García Barrios reflexiona sobre cómo el chismorreo nos obligó a vernos desde fuera. Estar "en boca de todos", ser descrito, juzgado y analizado por la comunidad, nos habría llevado a conjeturar sobre nosotros mismos y a desarrollar una conciencia sobre nuestra propia personalidad.
En otras palabras, la inter-regulación del grupo (el control social ejercido a través del chisme) impulsó la autorregulación individual. Nos vimos forzados a hacernos la pregunta fundamental: "¿Cómo soy yo?". La presión de la reputación nos hizo introspectivos. Nuestra identidad, por tanto, no se forma en el vacío, sino que se forja en el crisol de las narrativas que nuestra comunidad teje sobre nosotros.
Conclusión
Lejos de ser una debilidad moral, el chisme emerge como una poderosa herramienta evolutiva, un constructor de sociedades y un espejo en el que se refleja nuestra propia identidad. Es mucho más que una habladuría malintencionada. Como lo define la antropóloga Nicole Hagen Hess, es un intercambio de "información relevante para la reputación" que tiene consecuencias reales, tanto para el individuo como para el grupo.
Así que la próxima vez que te encuentres compartiendo un "secreto a voces", pregúntate: ¿estás tejiendo el pegamento que une a tu comunidad, o estás afilando la herramienta de control más antigua de la humanidad?
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